JOSE ENRIQUE RODÓ
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conflicto, puedan verse sometidas en el mañana las pequeñas
nacionalidades—entre ellas la mayoría de las repúblicas del
continente americano, sobre las cuales pesan tan graves amena
zas— ; ¿ no hubiera movido una vez más su pensamiento y su
pluma para insistir, con la fe del evangelista, en la prédica de
ideales de cohesión y de solidaridad efectiva entre las nacio
nes de un mismo origen, que forman espiritualmente, y deben
formar también políticamente, en lo posible, la “magna patria ’
hispanoamericana ?
Vastísimo horizonte se abría ante los ojos claros de aquel
peregrino, que bien podía considerarse en Europa el embaja
dor legítimo del más alto nivel de cultura que han podido al
canzar las civilizaciones nacientes del Nuevo Mundo. Honda,
inacabable sed de emociones atenaceaba, haciéndolo ir de ciu
dad en ciudad, cual si quisiera verlo todo a un tiempo, al hijo
glorioso de las tierras' vírgenes, que había abandonado las ribe
ras nativas para ir a admirar de cerca los veneros de cultura
acumulados durante siglos en la cuna de la civilización moder
na, y para prosternarse amorosamente a escuchar, cual si bro
tara de las piedras milenarias, el eco misterioso y lejano del
corazón de la humanidad antigua.
Bruscamente, la muerte puso fin a sus peregrinaciones el
3 de mayo de 1917. El espectáculo final que se ofreció a sus ojos
de artista fué el cielo azul de Palermo en ung mañana de pri
mavera. Sus últimas palabras, que al través de la incoherencia
con que acaso fueron proferidas en el momento supremo, pa
recen encerrar la síntesis de una filosofía resignada y dulce,
fueron éstas : ‘ 1 Grazie... ¡ dolore ! ’ ’
*
Los que le conocieron de cerca afirman que José Enrique Ro
dó era un talento amable. Era un animador. Sabía comunicar
su optimismo a cuantos venían hacia él en demanda de aliento
o de esperanza. Si no supo escatimar limosnas materiales—es
fama que su sueldo de diputado se evaporaba en dádivas—,
tampoco fué parco en limosnas intelectuales que, cuando opor
tunas, pueden dar vida y orientación muchas veces a voca
ciones que sólo necesitan, para encontrar su camino, el impulso
bondadoso y noble. La voz amiga de Rodó fué siempre acicate