Full text: T. 17.1918,4 (19180017004)

JOSE ENRIQUE RODÓ 
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conflicto, puedan verse sometidas en el mañana las pequeñas 
nacionalidades—entre ellas la mayoría de las repúblicas del 
continente americano, sobre las cuales pesan tan graves amena 
zas— ; ¿ no hubiera movido una vez más su pensamiento y su 
pluma para insistir, con la fe del evangelista, en la prédica de 
ideales de cohesión y de solidaridad efectiva entre las nacio 
nes de un mismo origen, que forman espiritualmente, y deben 
formar también políticamente, en lo posible, la “magna patria ’ 
hispanoamericana ? 
Vastísimo horizonte se abría ante los ojos claros de aquel 
peregrino, que bien podía considerarse en Europa el embaja 
dor legítimo del más alto nivel de cultura que han podido al 
canzar las civilizaciones nacientes del Nuevo Mundo. Honda, 
inacabable sed de emociones atenaceaba, haciéndolo ir de ciu 
dad en ciudad, cual si quisiera verlo todo a un tiempo, al hijo 
glorioso de las tierras' vírgenes, que había abandonado las ribe 
ras nativas para ir a admirar de cerca los veneros de cultura 
acumulados durante siglos en la cuna de la civilización moder 
na, y para prosternarse amorosamente a escuchar, cual si bro 
tara de las piedras milenarias, el eco misterioso y lejano del 
corazón de la humanidad antigua. 
Bruscamente, la muerte puso fin a sus peregrinaciones el 
3 de mayo de 1917. El espectáculo final que se ofreció a sus ojos 
de artista fué el cielo azul de Palermo en ung mañana de pri 
mavera. Sus últimas palabras, que al través de la incoherencia 
con que acaso fueron proferidas en el momento supremo, pa 
recen encerrar la síntesis de una filosofía resignada y dulce, 
fueron éstas : ‘ 1 Grazie... ¡ dolore ! ’ ’ 
* 
Los que le conocieron de cerca afirman que José Enrique Ro 
dó era un talento amable. Era un animador. Sabía comunicar 
su optimismo a cuantos venían hacia él en demanda de aliento 
o de esperanza. Si no supo escatimar limosnas materiales—es 
fama que su sueldo de diputado se evaporaba en dádivas—, 
tampoco fué parco en limosnas intelectuales que, cuando opor 
tunas, pueden dar vida y orientación muchas veces a voca 
ciones que sólo necesitan, para encontrar su camino, el impulso 
bondadoso y noble. La voz amiga de Rodó fué siempre acicate
	        
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