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CUBA CONTEMPORANEA
a todos los hombres en la rebelión para llevar a todos su mise
ricordia”. Caduca entonces el privilegio de un pueblo, tribu o
imperio, y forma la humanidad toda “un solo cuerpo en Cristo”.
Nadie queda fuera de la Ciudad cristiana, tan vasta como la Ciu
dad estoica. “Los paganos, privados del derecho de ciudad en Is
rael, extranjeros a las alianzas de la promesa, sin esperanza y
sin dios en el mundo”, ingresan en la misma comunidad, son “co
herederos”, “miembros del mismo cuerpo” a que pertenecen los
cristianos. Practican naturalmente lo que la ley manda, porque
ésta se halla escrita en sus corazones. Tertuliano explicó, usando
fórmulas griegas, que “la simiente del Verbo se extiende a todo
el género humano”.
Del Sermón de la Montaña a los padres de la Iglesia Griega,
de Cicerón a Pascal, se observa la misma tendencia a la univer
salidad. El germanismo, en cambio, establece una implacable
jerarquía entre las diversas razas humanas. Un poeta, Meleagro,
exclamó: “oh, extranjeros: habitamos una sola patria: el mundo;
un solo caos ha engendrado a todos los mortales”. El mundo es
una “gran Ciudad” para Epicteto, es “como una Ciudad”, según
Marco Aurelio. Todo hombre es ciudadano de este Cosmos en que
circula el mismo pricipio vital. No somos ciudadanos de Atenas
o de Corinto, sino del mundo. Las cosas y las personas se asocian
en un “santo encadenamiento”. La razón, he aquí en todos los
miembros del inmenso organismo una partícula de Dios que a
todos confiere el mismo privilegio. Por ella, escribía Epicteto, las
menores partes del gran Todo, el hombre inferior, el esclavo, no
son “ni más ni menos que los dioses”. Cicerón decía en su tra
tado De Finibus: “hay quienes piensan que el mundo entero forma
en cierta manera la Ciudad de los dioses y de los hombres y que
cada uno de nosotros es miembro de esta gran sociedad”.
Todas las sociedades se juntan, todas conspiran al mismo fin.
Pascal piensa como los estoicos, que “si los miembros de las co
munidades naturales y civiles tienden al bien del cuerpo, las co
munidades mismas deben tender a otro cuerpo más general de
que son miembros.” Cristianos y estoicos reconocen en todos los
hombres la misma dignidad. Ningún aspecto de humanidad es in
diferente al personaje de Terencio. El hombre es “cosa sagrada
para el hombre”, según Séneca. Homo res sacra homini.