EL TESTAMENTO OCCIDENTAL
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Los más grandes espíritus se asocian, en Francia y en Ingla
terra, a este elogio apasionado. Pascal decía que sin la caridad,
“la verdad no es Dios”. De los cuerpos al espíritu media una
distancia infinita; pero “infinitamente más infinita es la distancia
de los espíritus a la caridad, que es sobrenatural”. Entre la ma
teria y el reino del amor se superponen órdenes diversos sin me
dida común. Primero, los cuerpos que no equivalen al menor de
los espíritus, porque “éste los conoce y se conoce a sí mismo, y
los cuerpos no”. Luego, el espíritu extraño a la caridad: “todos
los espíritus justos y todas sus producciones no valen el menor
movimiento de caridad, que es de un orden infinitamente más ele
vado”. Para Shakespeare, “cuando se atempera la justicia con la
misericordia, el poder del hombre se acerca al de Dios”.
And earthly power doth then show likest God,
When mercy seasons justice,
dice Porcia en El Mercader de Venecia.
El mismo divorcio entre dos civilizaciones se extiende a otro
dominio del espíritu. La pasión de lo colosal es profundamente
alemana. A ella se contraponen, en los pueblos occidentales, el
sentido de la medida y de la armonía, el rigor de normas hostiles
a todo exceso del sentimiento, a todo desenfreno de las potencias
inferiores del hombre. La noción del límite es esencial en estas
sociedades ordenadas. La exasperada progresión en el orden de
la cantidad y de la energía, constituye, en cambio, la ambición
primordial del germanismo. En vez de un anhelo de perfección,
la riqueza y la abundancia; en vez del equilibrio interior, la vio
lencia de las pasiones desorbitadas. En la enseñanza de los clá
sicos la sabiduría se confundía con el sereno imperio de la razón,
“el más precioso de los bienes que los dioses conceden a los hom
bres”, según un personaje de Sófocles.
Cuando se destruye la armonía en las almas y exagera el hom
bre su ambición, una diosa, Némesis, castiga su extravío y res
tablece el señorío de cánones graves como el destino y la muerte.
A la moderación, a la calma en los afectos y en los movimientos,
al ritmo de la sophrosyne, aspiró siempre el espíritu griego. “Nada
en demasía vale más que demasiado, exclama el Hipólito de Eu
rípides; y los sabios participarán de ese sentimiento”. Ni a una