AVANTI ITALIA
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diéndose en tres cuerpos separados por completo. Cien mil abi-
sinios, perfectamente armados y municionados por los ingleses
desde la época de la campaña del Sudán, cayeron sobre las huestes
de Baratieri, aniquilándolas completamente; ocho mil murieron en
el acto, dos mil seiscientos quedaron prisioneros y el resto huyó
abandonando sus armas; digno castigo a tan inconcebible infamia.
Esa fué la batalla de Adowa, merecida lección en la enseñanza
colonial de los hijos de Garibaldi.
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El efecto de la noticia de la derrota en Italia fué fenomenal;
su primer consecuencia, la crisis del ministerio Crispi, entonces en
el poder, produciendo su caída. Pero no adelantemos los sucesos;
estudiemos a Italia, siquiera sea con máxima velocidad, antes de
ocuparnos en los sucesos políticos que en ella han tenido lugar
en la época contemporánea. A pesar de haber sido Roma, después
de Grecia, la cuna de la civilización europea, nunca fué más que
Roma: el concepto de la nacionalidad italiana no existió sino hasta
hace poco más de medio siglo; el mismo Metternich acostum
braba decir que “Italia no era más que una expresión geográfica.”
Campo fácil para el desmembramiento y la expoliación, en ella,
peor que en la misma Alemania, hizo presa el feudalismo, que,
conservándola siempre en pedazos, la imposibilitó de ejercer una
verdadera influencia en los destinos de la humanidad; a pesar de
estar toda esa península constituida por una sola raza, con una
misma aspiración y una misma habla y unas mismas costumbres,
fué un pueblo de hecho, pero nunca de derecho. En la Edad Me
dia nunca se habló más que de Roma, asiento del poderío de los
Papas; de la República Veneciana, esposa de los mares, con sus
famosos Dux, y de Génova en la Liguria, como centros comercia
les; de la Toscana y la Lombardia, como cuna de las artes y las
ciencias. Cerdeña y el Piamonte, único reino independiente en
el siglo XVIil, fueron con el tiempo los originarios de la actual
monarquía. Napoleón hizo en aquel suelo mangas y capirotes de
sus innúmeros ducados, grandes ducados y principados; cambió,
destruyó y regaló como le plugo. Aquella serie de repúblicas crea
das por él, aun se recuerda fácilmente: la Cisalpina, antes Cis-
padana, formada por la Lombardia y Módena; la Romana, después