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CUBA CONTEMPORANEA
Izquierda Radical; poco después preparaba su conversión y es
cribía a Mazzini en 1865: “La monarquía nos unirá, mientras
que la república nos separará”. En 1876 ya era ostensiblemente
monárquico constitucional, Presidente de la Cámara y en seguida
ministro de Gobernación; renunció en 1878, y durante cerca de
diez años estuvo alejado de la política. En 1887 sucedía a De-
pretis como Presidente del Consejo y ministro de Estado. Siem
pre abogó fervientemente por la Triple Alianza. En 1893 ocupaba
otra vez la presidencia del Consejo y en ella lo encontró el desas
tre de Adowa; a poco de renunciar el Ministerio, renunció él tam
bién su acta de diputado, retirándose a la vida privada hasta que
murió en Nápoles en 1901.
En su vida privada dejaba mucho que desear; en su persona
era aparatoso, audaz, enérgico, rápido y confiado en sí mismo; su
carácter rayaba en la fiereza y no temía a nada ni a nadie. Dígase
lo que se quiera, después de Cavour, ha sido el político más sonado
de la Italia contemporánea, aunque nada sincero en sus tratos.
La campaña de Abisinia era antipática al pueblo italiano, como
también lo eran las prevenciones de Crispí contra los socialistas,
elemento que tanto abunda en aquel país. El efecto del desastre
en las lejanas playas africanas fué terrible, el país se alarmó, y
aun hoy día no ha podido olvidar aquel fracaso. Crispí y sus com
pañeros, incapaces de dominar la crisis, renunciaron, nombrando
el rey Humberto al marqués de Rudini, otro siciliano, Presidente
del Consejo.
*
Las condiciones en que encontraba Rudini el Gobierno eran de
prueba; pero dió muestras de buen juicio al no tratar de usar la
tremenda con Menelick, continuando la guerra; había 2,600 pri
sioneros del otro lado, que daban qué pensar, aunque todos me
nospreciaban al Negus abisinio, no considerándolo.
Hubo aquí un incidente digno de mención. Entre Menelick y
el Papa existían las mejores relaciones, al extremo de que, cuando
la celebración del jubileo de León XIII, aquel monarca lo felicitó
cordialmente y le regaló unos valiosos manuscritos abisinios que
en mucho se estiman en el Vaticano; pero, ante la excitación del
pueblo italiano, creyó el Sumo Pontífice que debía intervenir. Co
nocida su intención, los radicales intransigentes en la Cámara in-