Full text: T. 19.1919,73 (19190019073)

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CUBA CONTEMPORANEA 
Izquierda Radical; poco después preparaba su conversión y es 
cribía a Mazzini en 1865: “La monarquía nos unirá, mientras 
que la república nos separará”. En 1876 ya era ostensiblemente 
monárquico constitucional, Presidente de la Cámara y en seguida 
ministro de Gobernación; renunció en 1878, y durante cerca de 
diez años estuvo alejado de la política. En 1887 sucedía a De- 
pretis como Presidente del Consejo y ministro de Estado. Siem 
pre abogó fervientemente por la Triple Alianza. En 1893 ocupaba 
otra vez la presidencia del Consejo y en ella lo encontró el desas 
tre de Adowa; a poco de renunciar el Ministerio, renunció él tam 
bién su acta de diputado, retirándose a la vida privada hasta que 
murió en Nápoles en 1901. 
En su vida privada dejaba mucho que desear; en su persona 
era aparatoso, audaz, enérgico, rápido y confiado en sí mismo; su 
carácter rayaba en la fiereza y no temía a nada ni a nadie. Dígase 
lo que se quiera, después de Cavour, ha sido el político más sonado 
de la Italia contemporánea, aunque nada sincero en sus tratos. 
La campaña de Abisinia era antipática al pueblo italiano, como 
también lo eran las prevenciones de Crispí contra los socialistas, 
elemento que tanto abunda en aquel país. El efecto del desastre 
en las lejanas playas africanas fué terrible, el país se alarmó, y 
aun hoy día no ha podido olvidar aquel fracaso. Crispí y sus com 
pañeros, incapaces de dominar la crisis, renunciaron, nombrando 
el rey Humberto al marqués de Rudini, otro siciliano, Presidente 
del Consejo. 
* 
Las condiciones en que encontraba Rudini el Gobierno eran de 
prueba; pero dió muestras de buen juicio al no tratar de usar la 
tremenda con Menelick, continuando la guerra; había 2,600 pri 
sioneros del otro lado, que daban qué pensar, aunque todos me 
nospreciaban al Negus abisinio, no considerándolo. 
Hubo aquí un incidente digno de mención. Entre Menelick y 
el Papa existían las mejores relaciones, al extremo de que, cuando 
la celebración del jubileo de León XIII, aquel monarca lo felicitó 
cordialmente y le regaló unos valiosos manuscritos abisinios que 
en mucho se estiman en el Vaticano; pero, ante la excitación del 
pueblo italiano, creyó el Sumo Pontífice que debía intervenir. Co 
nocida su intención, los radicales intransigentes en la Cámara in-
	        
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