AVANTI ITALIA
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terpelaron con calor al nuevo ministro, pero éste tuvo tacto en
contestar.
! Escogió Su Santidad como embajador y mensajero a monseñor
Macaire, Vicario de los Coptos de Alejandría, quien desempeñó
maravillosamente su misión; pero no menos noble y levantada
fué la actitud de aquel negro soberano que se elevó a una altura
tan grande como el mismo rey de Italia. El recibimiento de la
embajada fué regio; se la atendió admirablemente, y en la au
diencia concedida, la conducta de Menelick, al pedirle a éste }a
libertad de los prisioneros, fué exquisita; he aquí su contestación:
“El Papa es Padre de todos nosotros, tiene el derecho de escri
birnos y de expresarnos sus deseos; pronto nos volveremos a ver
y continuaremos este asunto.” Aparentemente evasiva la respuesta,
no lo era, porque en seguida hizo que la Embajada pasara a ver
los prisioneros y el trato que se les daba; hizo más, ordenó que
unos cuantos se pusieran a las órdenes del embajador, libertando
incontinenti a cincuenta que le habían pedido unas damas italianas.
A los pocos días llamó a monseñor Macaire, y, al protestarle nue
vamente su adhesión al Papa, le hizo notar que aún el Gobierno
italiano continuaba en actitud hostil hacia él y que no podía sa
crificar la única garantía que tenía en sus manos para asegurar
la paz.
Como al buen entendedor no le duelen prendas, Rudini se
apresuró a negociar la paz,, en la cual el único artículo que se em
peñó Menelick en insertar fué la renuncia, por parte de Italia,
del protectorado nominal que ejercía sobre Abisinia. Los millares
de prisioneros fueron inmediatamente entregados y Europa recibió
una lección.
Rudini era un hombre completamente opuesto a Crispí, de
maneras distinguidas, contemporizador, suave, inteligente; pero
indeciso; quiso estar bien con todos los partidos, usando de una
política de balancín, y se disgustó con todos. Por complacer a los
socialistas, oprimidos antes por Crispi, disgustó a los conservado
res de la Cámara y del Senado, que echaron a volar la especie de
que se pretendía, con la ayuda de aquéllos, establecer la Repú
blica; mientras los mismos socialistas lo calificaban de tirano por
que, no les concedía lo suficiente.
La situación se mantenía tirante, qcurriendo entonces la pér^