LA HUELGA
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bía ido a la junta; la mala impresión que le causara aquel am
biente de recelo, de afanes exhibicionistas, aumentáronse con la
cáustica ironía que destiló el personaje que ocupaba “la mesa”,
en las frases empleadas para ofrecer la palabra al compañero
Estébanez.
Sonsacado de ese modo el carácter resuelto del último, impro
visó éste un discurso reposado, libre de inútil palabrería efec
tista, oponiéndose a la proyectada huelga con un cúmulo de ra
zones, felices e ilevantables, entre las cuales primaba su tema de
que, en toda lucha que el obrero presentase al patrono, y, por
ende, al régimen capitalista, sin la fuerza de una previa y sólida
preparación, los resultados tendrían que ser contraproducentes;
tanto para los compañeros que tomasen la delantera, desafiando
las represalias patronales, como para los supremos intereses de la
causa.
Pero, con todo; felices e ilevantables como fueron las razones
del compañero Etébanez, no llegaron a desarmar el arranque de
la mayoría, cuyos componentes, mientras el maquinista disertaba,
movían la cabeza de un lado a otro, haciéndose guiños y se en
cogían de hombros, como diciendo: ¡Lo esperábamos, gandul! Y,
apenas terminó nuestro hombre, todos sus contrarios pidieron, a
un tiempo, la palabra para contradecirle.
Con aire de formidable parlamentario, que se dispone a pul
verizar a un contrincante audaz, el de la “mesa” ordenó a los
suyos que guardasen silencio; obedecieron reverentes los adora
dores del maestro, y éste, solemne y peligrosamente inspirado,
atolondró a Jacinto e hizo las delicias de la mayoría con un des
borde oratorio, en el que dijo que todo eso de formar sociedades
era una cosa desacreditada entre “obreros conscientes”; que para
“acabar con la inicua explotación del hombre por el hombre”,
destruyendo los privilegios de la “infame burguesía”, y estable
cer “un sistema basado en la socialización de los medios de tra
bajo”, ios trabajadores tenían que disponerse a “vivir para ser li
bres o morir para dejar de ser esclavos” y emplear la “acción
revolucionaria”, hasta establecer la sociedad del futuro, totalmente
“libre de explotados y explotadores”.
Fué, aquélla, la apoteosis del grupo de los radicales; y cuando
Jacinto, pasado el mareo que le causara el tremendo flujo verbo-