JOHAN BOJ ER
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velista noruego en varios artículos de la crítica francesa. Tal vez
porque somos dos novelistas nacidos en los países más opuestos y
distantes de Europa, los críticos se proporcionaban una satisfac
ción rara estableciendo un parentesco literario entre ambos. Las
novelas del campo noruego, del helado Troendelagen, les hicieron
recordar las novelas de la asoleada huerta de Valencia, La barraca
y Cañas y barro, mayores en edad.
Busqué las obras de Bojer, y quedé sorprendido desde las pri
meras páginas. El parentesco no era tan ilusorio como yo me
imaginaba. Los personajes eran otros: pensaban y se movían de
distinto modo que los míos; tenían otra sangre; las costumbres
eran más reposadas, más frías... ¡Pero el modo de relatar cá
lido y apasionado! ¡la manera de describir personas y paisajes!...
La condición de noruego de Johan Bojer hace que el lector tema
encontrarse con un novelista de pensamiento profundo, pero tardo
y difuso en la expresión; con un autor escandinavo original y
nebuloso; con un inventor de símbolos intrincados que se prestan
a diversas interpretaciones; con una especie de Ibsen. Y el pú
blico se siente agradablemente sorprendido al descubrir un Mau
passant del Norte, apasionado, ágil de pensamiento, con una cla
ridad latina, observando y escribiendo corno podría hacerlo un
francés, un italiano o un español. Este hijo de las costas no
ruegas más septentrionales podía ser igualmente de las riberas
del Mediterráneo. Hasta en su libro Las noches claras, novela
poética y realista a la vez, que tiene como eje un símbolo, este
símbolo resulta “meridional”, de contornos claros y fijos.
El poder de la mentira es una obra humana, profundamente
humana. Su acción tiene por escenario a Noruega, pero lo mismo
podría desarrollarse en todos los países del resto del mundo. La
mayor parte de los humanos se han visto más o menos en una
situación semejante.
Lanzamos una mentira por distracción, por ligereza, porque la
consideramos sin importancia y estamos seguros de que no hará
daño a nadie; la gente la acoge, la repite, la agranda, y un día,
repentinamente, nos vemos envueltos en ella. Nos falta valor para
desdecirnos, grandeza de alma para confesar nuestra falta, agi
gantada por el público, y seguimos adelante, prisioneros de nuestra
villanía, sosteniendo por orgullo nuestra falsedad, y hasta somos