Full text: T. 24.1920,94 (19200024094)

JOHAN BOJ ER 
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velista noruego en varios artículos de la crítica francesa. Tal vez 
porque somos dos novelistas nacidos en los países más opuestos y 
distantes de Europa, los críticos se proporcionaban una satisfac 
ción rara estableciendo un parentesco literario entre ambos. Las 
novelas del campo noruego, del helado Troendelagen, les hicieron 
recordar las novelas de la asoleada huerta de Valencia, La barraca 
y Cañas y barro, mayores en edad. 
Busqué las obras de Bojer, y quedé sorprendido desde las pri 
meras páginas. El parentesco no era tan ilusorio como yo me 
imaginaba. Los personajes eran otros: pensaban y se movían de 
distinto modo que los míos; tenían otra sangre; las costumbres 
eran más reposadas, más frías... ¡Pero el modo de relatar cá 
lido y apasionado! ¡la manera de describir personas y paisajes!... 
La condición de noruego de Johan Bojer hace que el lector tema 
encontrarse con un novelista de pensamiento profundo, pero tardo 
y difuso en la expresión; con un autor escandinavo original y 
nebuloso; con un inventor de símbolos intrincados que se prestan 
a diversas interpretaciones; con una especie de Ibsen. Y el pú 
blico se siente agradablemente sorprendido al descubrir un Mau 
passant del Norte, apasionado, ágil de pensamiento, con una cla 
ridad latina, observando y escribiendo corno podría hacerlo un 
francés, un italiano o un español. Este hijo de las costas no 
ruegas más septentrionales podía ser igualmente de las riberas 
del Mediterráneo. Hasta en su libro Las noches claras, novela 
poética y realista a la vez, que tiene como eje un símbolo, este 
símbolo resulta “meridional”, de contornos claros y fijos. 
El poder de la mentira es una obra humana, profundamente 
humana. Su acción tiene por escenario a Noruega, pero lo mismo 
podría desarrollarse en todos los países del resto del mundo. La 
mayor parte de los humanos se han visto más o menos en una 
situación semejante. 
Lanzamos una mentira por distracción, por ligereza, porque la 
consideramos sin importancia y estamos seguros de que no hará 
daño a nadie; la gente la acoge, la repite, la agranda, y un día, 
repentinamente, nos vemos envueltos en ella. Nos falta valor para 
desdecirnos, grandeza de alma para confesar nuestra falta, agi 
gantada por el público, y seguimos adelante, prisioneros de nuestra 
villanía, sosteniendo por orgullo nuestra falsedad, y hasta somos
	        
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