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CUBA CONTEMPORÁNEA
en sus planteles de enseñanza el rumbo y las tendencias de la
escuela pública nacional—, incapaces de defenderla como aquel
gallardo joven había hecho sencilla y espontáneamente al pelear
por la suya; y en mi fuero interno comparé su apuesta figura, sus
maneras elegantes, su despierta inteligencia y su sagaz munda
nismo, con la desmedrada y sucia catadura de la inmensa mayoría
de los frailes que hormiguean hoy en Cuba como en los mejores
tiempos coloniales, su zafia conducta, su mediocre o nulo entendi
miento y su falta de roce social. ¡Qué inmensurable diferencia!
Aquella mañana del domingo 14 debía él dirigir la palabra a
los concurrentes a los oficios de su credo. Me invitó a oirle; pro
metí asistir; nos separamos; enlacé conversación con el Dr. Rouma
a propósito de mis reflexiones... y olvidé la promesa. Por al
gunos oyentes supe después que el jesuíta habló, vestido de mi
litar y con sobria elocuencia, del heroísmo del soldado francés en
Verdun y del pueblo francés en todas partes, de los deberes de
cada ciudadano para con su patria y del concepto de ésta, con
moviendo a su auditorio hasta el punto de hacer brotar las lágrimas
de muchos ojos, y especialmente de los de la señora mi vecina en
la mesa de comer, que sin duda recordaba a su hijo amado mien
tras el miliciano narraba episodios de la colosal tragedia en que
fué actor.
Al atardecer efectuóse la tómbola, que produjo unos tres mil
francos. Según la costumbre, fueron entregados al capitán del
barco para hacerlos llegar al Ministerio de Marina. Por la noche
lucía el comedor engalanado con las banderas de varios países,
la española inclusive, menos la de Cuba, pueblo aliado. Lo hice
notar a alguno de los organizadores, y se me aseguró que no era
olvido, sino falta de nuestra enseña nacional a bordo, donde había
sido buscada con empeño para ponerla junto a las demás. Lo de
ploré al oir la explicación, pero un sentimiento indefinible me
impidió participar de la alegría general, redoblada al saberse que
cuantos quisieran podían ya dirigir aerogramas a tierra. La pro
ximidad de ésta se anunciaba no sólo por la presencia fugaz de
algunas luces de otros buques, y aun por el saludo con que la
sirena del nuestro correspondió al de uno de gran porte divisada
al pasar casi rozándonos—lo cual hizo levantarse a todos los co-