Full text: T. 24.1920,94 (19200024094)

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CUBA CONTEMPORÁNEA 
en sus planteles de enseñanza el rumbo y las tendencias de la 
escuela pública nacional—, incapaces de defenderla como aquel 
gallardo joven había hecho sencilla y espontáneamente al pelear 
por la suya; y en mi fuero interno comparé su apuesta figura, sus 
maneras elegantes, su despierta inteligencia y su sagaz munda 
nismo, con la desmedrada y sucia catadura de la inmensa mayoría 
de los frailes que hormiguean hoy en Cuba como en los mejores 
tiempos coloniales, su zafia conducta, su mediocre o nulo entendi 
miento y su falta de roce social. ¡Qué inmensurable diferencia! 
Aquella mañana del domingo 14 debía él dirigir la palabra a 
los concurrentes a los oficios de su credo. Me invitó a oirle; pro 
metí asistir; nos separamos; enlacé conversación con el Dr. Rouma 
a propósito de mis reflexiones... y olvidé la promesa. Por al 
gunos oyentes supe después que el jesuíta habló, vestido de mi 
litar y con sobria elocuencia, del heroísmo del soldado francés en 
Verdun y del pueblo francés en todas partes, de los deberes de 
cada ciudadano para con su patria y del concepto de ésta, con 
moviendo a su auditorio hasta el punto de hacer brotar las lágrimas 
de muchos ojos, y especialmente de los de la señora mi vecina en 
la mesa de comer, que sin duda recordaba a su hijo amado mien 
tras el miliciano narraba episodios de la colosal tragedia en que 
fué actor. 
Al atardecer efectuóse la tómbola, que produjo unos tres mil 
francos. Según la costumbre, fueron entregados al capitán del 
barco para hacerlos llegar al Ministerio de Marina. Por la noche 
lucía el comedor engalanado con las banderas de varios países, 
la española inclusive, menos la de Cuba, pueblo aliado. Lo hice 
notar a alguno de los organizadores, y se me aseguró que no era 
olvido, sino falta de nuestra enseña nacional a bordo, donde había 
sido buscada con empeño para ponerla junto a las demás. Lo de 
ploré al oir la explicación, pero un sentimiento indefinible me 
impidió participar de la alegría general, redoblada al saberse que 
cuantos quisieran podían ya dirigir aerogramas a tierra. La pro 
ximidad de ésta se anunciaba no sólo por la presencia fugaz de 
algunas luces de otros buques, y aun por el saludo con que la 
sirena del nuestro correspondió al de uno de gran porte divisada 
al pasar casi rozándonos—lo cual hizo levantarse a todos los co-
	        
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